Foto: Cuenta de Facebook Bordamos Feminicidios.
Se podría pensar que coser fue una de las actividades a las que renunciaron las feministas, pero no fue así. Hay quienes prefirieron reivindicarlo, pues vieron en esta actividad una parte de la cultura de las mujeres. Andrea Camarelli, una artista argentina radicada en México, uso “un camino de mesa, agujas y dos palos de escoba” para hacer un estandarte de protesta sobre la tela, se leen las justificaciones que se inventan los maridos después de golpear a sus esposas. “Es que tú me haces enojar”. “Yo soy así porque me provocas”. “Te la buscaste”. En la marcha del 24A contra las violencias machistas, Alejandra Quiroz tejió la frase “Vivas nos queremos, sobre un pañuelo de tela y en color morado, como parte de la iniciativa, Bordamos feminicidios”.
Judy Chicago fue una de las primeras en pensar el trabajo femenino de coser, tejer y bordar como técnica artística. La fundadora del primer programa de arte feminista en Estados Unidos estaba convencida de que las mujeres, excluidas de la pintura y la escultura, satisfacían su creatividad en sus casas entre hilos, telas y agujas. De acuerdo con los testimonios que recogió en California, muchas habían sido estudiantes de arte, pero a diferencia de sus compañeros no encontraron oportunidades en los museos y las galerías. Una vez graduadas, se refugiaron en esa técnica que no estaba reservada a los hombres. Chicago entendió entonces que la historia del arte debía fijarse en los cubrecamas, en los cobertores de los cojines, en las chambritas y en las cobijas. Mejor aún: la historia misma de las mujeres debía contarse en esos materiales.
Como estudiante de la École Pilote Internationale d’Art et de Recherche, Ghada Amer quiso inscribirse en un curso de pintura. La escuela se negó: el profesor sólo impartía la materia a los hombres. Fue entonces cuando decidió tejer lo que no podía pintar. Pero a diferencia de Chicago, no usó esta técnica para recuperar la historia de las mujeres ni para crear una iconografía de su cultura, sino para exponer las representaciones populares de las mujeres.
Ghada Amer trazó sus patrones y los tejió sobre lienzos. En otras palabras: usó una técnica femenina –el hilo y la aguja– para perforar el arte de los hombres, para ocupar a la fuerza ese espacio que le fue negado. Quiere despojar a las imágenes pornográficas de la cosificación sexual, mudarlas del video y la pantalla al hilo y la aguja para que las mujeres encuentren placer al verlas. De ahí también que no teja la escena del hombre que penetra, sino a mujeres que se masturban y se encargan de su propia satisfacción.
Amer supone que la apropiación es suficiente para prescindir del male gaze. Quizás es una apuesta demasiado optimista. La pregunta es, por ejemplo, si ese catálogo de desnudos pornográficos no preserva algo de la dominación y la sumisión, de la desigualdad de género que hay en la representación del sexo. Después de todo, las piernas abiertas, los senos en primer plano y otras más son posturas que en su contexto original exhiben el cuerpo de la mujer para el disfrute masculino.
Con información de Letras Libres